sábado, 19 de diciembre de 2009

El arte de ser feliz. Frei Betto


Frei Betto
Adital



Recibí este escrito de una amiga:

"¿Existe alguna receta capaz de hacer que una persona se apasione por algo, sea lo que sea? No es necesario que sea algo trascendental. Pero sí algo que dé sentido a la vida. No es que la vida esté desprovista de sentido, sino desprovista de sabor.

"Está claro que me estoy refiriendo a mí, y que puedo incluso estar siendo demasiado exigente, o demasiado cruel con mi persona. Pero ésta es una reflexión de hoy, de ahora. Me doy cuenta de que no tengo ninguna pasión. Eso es al menos lo que me dice mi mente y lo que percibo. Y eso me hace sentir como carente de algo.

"Hay gente a quien le gustan las carreras de coches, de caballos, de barcos. Gente a la que le gusta hacer punto, escalar montañas, meditar durante hooooras seguidas; a quien le gusta leer, ser médico, periodista, político incluso. Qué vida… cómo lo admiro. La vida frenética de las ciudades bulle en algunas personas, y la vida tranquila del campo en otras. Tengo alegrías y una normalidad ética permeada por un buen sentido refinado. Pero siento (hasta irracionalmente), de una forma muy fuerte, la inestabilidad.

"Un día tú dijiste que te gustaría ser semilla. Reflexioné sobre ello… pero no pasó nada. El ritual inevitable de la convivencia y todo lo que rodea las relaciones interpersonales, sumado a un buen augurio astral, ya cuidan de ello. Quería apasionarme. Tener un hobby. Uno cualquiera.

"Son muchas las alegrías. Tengo la sonrisa fácil… Pero la felicidad es cosa rara, de frágiles y preciosos momentos. Tengo una querencia morbosa con la música de Zeca Pagodinho que dice: "…deja que la vida me lleve… vida, llévame…" Quiero sentir un sentido. La vida, el planeta, la diversidad religiosa, etc. son asombrosos de tan infinitos. Pero permanezco insensible. Sin querer explotar su tiempo y sus insights… digo: quisiera saber qué dices sobre esto".

Quedé pensativo. Hay personas que me creen portador de respuestas para cualquier problema de la vida. No saben los que yo acumulo en mi propia trayectoria. Sin embargo sé lo que es la felicidad. Difiere de la alegría. La felicidad es un estado de espíritu, es estar bien consigo mismo, con la naturaleza, con Dios. No siempre con los demás. Las relaciones humanas son amorosamente conflictivas. Envidias, congojas, riñas, malos entendidos, son piedras en el zapato.

La alegría es algo que se experimenta ocasionalmente. Una persona puede ser feliz sin parecer alegre. Y conozco a muchos que derrochan alegría sin convencerme de que son felices.

Después de meditar sobre la consulta de mi amiga respondí: "Querida X: diría que lo primer es salir del refugio… Juntarse con quien ya encontró algún sentido en la vida: un equipo en el juego de ajedrez, la pandilla del cine en casa, el grupo político, la ONG de la solidaridad, etc. Es necesario juntarse, sentir el estímulo que procede de la comunidad, de los demás, ese entusiasmo que, si hoy falta en mí, proviene del compañero de al lado…

"Puedes encontrar la pasión de vivir en mil actividades: leer historias en un asilo, ayudar voluntariamente en un hospital pediátrico, coser para un hogar cuna o participar en un partido político, en un grupo de apoyo a movimientos sociales, alfabetizar a empleadas domésticas y a porteros de apartamentos o dedicarte a investigar la historia del candomblé o el por qué tantos jóvenes buscan en la droga la utopía química que no encuentran en la vida.

"Pero, sobre todo, sugiero sumergirse en una experiencia espiritual. Sumergirse. Es lo que ahora, en esta mañana luminosa de Cruz das Almas (BA), me viene a la cabeza y al corazón".

El sabio profesor Milton Santos, que no tenía creencia religiosa, decía que la felicidad se encuentra en los bienes infinitos. Mientras que la cultura capitalista que respiramos centra la felicidad en la posesión de bienes finitos. Ahora bien, el sicoanálisis sabe que nuestro deseo es infinito, insaciable. Y la teología identifica a Dios como su objetivo.

En mi opinión no hay nadie más feliz que los místicos. Son personas que consiguen orientar el deseo hacia dentro de sí, al contrario de la pulsión consumista, que trata de buscar la satisfacción del deseo en algo que está fuera de nosotros. Al no abrazar la vía del Absoluto, el peligro está en encarrilarse por la del absurdo.

Como el Mercado, que todo lo ofrece en envolturas seductoras, todavía no ha sido capaz de ofrecer lo que todos más buscamos -la felicidad-, entonces trata de meternos la idea de que la felicidad es el resultado de la suma de los placeres. Poseer tal auto, aquella casa, realizar aquel viaje, vestir tal ropa… nos hará tan felices como la imagen de los actores y actrices que aparecen en los carteles publicitarios.

Tengo la certeza de que nada vuelve a una persona más feliz que el empeñarse a favor de la felicidad ajena; y esto vale tanto en la relación íntima como en el compromiso social de luchar por "otro mundo posible", sin desigualdades insultantes y en el que todos puedan vivir con dignidad y paz. El derecho a la felicidad debiera constar en la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Y los países no debieran ansiar en adelante el crecimiento del PIB sino el del FIB: la Felicidad Interna Bruta.

viernes, 18 de diciembre de 2009

Una “renta máxima” (Sam Pizzigatti - publicado en Too Much)


Los críticos con Wall Street que siguen en la ortodoxia todavía no son capaces de cuestionar el “derecho” de los altos ejecutivos a hacerse con enormes fortunas.

Algunas de las mejores mentes del mundo se han estado devanando los sesos, desde el colapso financiero del pasado otoño, en busca de un antídoto para las exacerbadas nóminas de Wall Street que hicieron de ese colapso algo inevitable. Esa búsqueda, tras casi un año, todavía no ha producido nada con sentido que implique una reforma del sistema de remuneraciones de Wall Street.

Y eso tiene que ser desconcertante para muchos, sino la mayoría, de estadounidenses. Porque el problema con Wall Street, después de todo, no parece ser tan complicado. Ni tampoco la solución. Los de Wall Street hicieron cosas deleznables – se cepillaron las pensiones y los ahorros de millones de personas – porqué iban a la caza de enormes primas salariales. Para evitar esos desmadres de avaricia en el futuro, solamente debemos limitar esas primas.

Y el Congreso podría hacer eso – no permitiendo que ningún banquero que se beneficie de los rescates públicos gane más que el Presidente de los EEUU. O denegando cualquier tipo de subsidio o deducción de impuestos a empresas que paguen a sus altos ejecutivos 25, 50 o 100 veces más de lo que ganan sus propios trabajadores. O fiscalizando las grandes primas salariales al 90%.

A lo largo de este año ha habido distintas propuestas de ley que abordaban estos enfoques y que han pasado por el Congreso. ¿Por qué no han llegado a ningún lado? Porque los grandes bancos norteamericanos, como era de esperar, se oponen a ellas. Pero también lo hacen muchos de los propios críticos con Wall Street que sin embargo pertenecen al establishment. Estos dos grupos se han echado atrás las veces que ha sido necesario para quitar de la cabeza al Congreso la idea de que las primas en Wall Street necesitan un recorte importante.

Los bancos, sencillamente niegan que esas primas hayan tenido ningún impacto significativo en el comportamiento de los agentes de bolsa o los gestores de las grandes finanzas. A fin de cuentas, sostienen, “el mercado” va a acabar penalizando a los tiburones que asumen riesgos irresponsables – y los propios escualos lo saben.

Y por si esos personajes no lo sabían antes del colapso financiero del año pasado, siguen los apologistas del mercado, ahora ya lo saben, gracias al hundimiento en picado de Bear Stearns y Lehman Brothers.

Esas bancarrotas dejaron a los altos ejecutivos de Bear Stearns y Lehman con millones de acciones en sus manos que no valían nada. El colapso de Lehman se llevó él solito por delante casi mil millones de dólares – exactamente 931 millones – de la fortuna personal de su director ejecutivo Richard Fuld. Y el de Bear Stearns, James Cayne, vio como el valor de su cartera personal de acciones se reducía en 900 millones.

En efecto, los defensores del estatus quo de Wall Street sostienen que el mecanismo de mercado funcionó. Los auténticos temerarios pagaron un precio por su temeridad. Así que dejemos que siga funcionando ese mecanismo.

En cambio los críticos habituales de Wall Street no quieren dejar que opere ese mecanismo tal cuál. Creen que “el mercado”, dejado que funcione por si mismo, no consigue disciplinar adecuadamente a los irresponsables. Según dicen, necesitamos reformas que vinculen los sueldos de los altos ejecutivos al “desempeño” que genere “un aumento a largo plazo del valor de los activos”.

Con esas reformas en marcha, prosiguen, los operadores de Wall Street no tendrían ningún incentivo para asumir excesivos riesgos – y los legisladores no tendrían ningún motivo para andar liándola tratando de poner límite a los sueldos en Wall Street.

La semana pasada, el más eminente de entre los críticos bienpensantes de Wall Street –el catedrático de derecho de Harvard Lucian Bebchuk– publicó un artículo donde arremetía contra los más duros defensores de Wall Street y su convencimiento de que, gracias al mercado, los irresponsables han acabado realmente pagando por sus excesos.

Dicho artículo resulta realmente demoledor para esa clase de argumentación. Pero a su vez, si se lee con detenimiento, puede que esté socavando por igual la propia posición del establishment en contra de los topes salariales en Wall Street.

El nuevo trabajo de Bebchuk gira en torno a lo que realmente ocurrió en Bear Stearns y Lehman respecto a los pagos de los máximos ejecutivos. Bebchuk y los dos otros coautores muestran como en estos dos bancos, esos altos ejecutivos en realidad no perdieron mucho cuando quebraron sus respectivas entidades. De hecho, quienes controlaban los bancos en ambos casos salieron de escena justo en el momento óptimo del chanchullo financiero. En un momento asombrosamente óptimo, de hecho.

Entre el 2000 y el 2008 los cinco más importantes ejecutivos de Bear Stearns y los cinco de Lehman acumularon conjuntamente unos 2.500 millones de dólares. Aproximadamente unos 500 millones fueron en concepto de primas anuales en efectivo. El resto lo consiguieron vendiendo las stock options que se les había pagado en concepto de incentivos por “rendimiento”.

¿Pero qué pasa con esos 900 millones de “pérdidas” que sufrieron los directores ejecutivos de Bear Stearns y Lehman? Esas pérdidas existieron sólo sobre el papel. Se trataba de la diferencia entre el valor pre y post colapso de las acciones que habían dejado en sus carteras de inversiones justo cuando sus respectivos bancos empezaron el declive.

En términos de efectivo de verdad ambos directores ejecutivos – a pesar de sus épicos fracasos – salieron bastante bien parados. Por su arduo trabajo entre los años 2000 y 2008, Cayne de Bear Stearns acabó siendo 388 millones dólares más rico. Y Fuld, de Lehman, lo dejó con 541 millones en su bolsillo.

Así pues, ¿qué es lo que proponen los defensores de las reformas para evitar que se repitan los fiascos de Bear Stearns y Lehman? Desde el establishment se dice que los altos ejecutivos deben recibir una mayor parte de su retribución en forma de acciones y menos en efectivo –y que deban esperar un cierto número de años antes de poder convertir en efectivo las acciones pagadas en concepto de incentivos.

De este modo si esos directivos recibiesen mayor parte de su remuneración en forma de acciones, ellos mismos y los accionistas de sus empresas compartirían los mismos intereses. “Alineados” de este modo con sus accionistas, se cuidarían de hacer nada que pusiera en peligro “un aumento a largo plazo del valor de los activos”. Estaríamos pues todos a salvo de la irresponsabilidad.

Pero precisamente ese tipo de reformas ya se había puesto en marcha en Bear y Lehman antes de que ambas empresas colapsaran –señala la analista del New York Times Louis Strong: “Ambos bancos exigían a sus altos directivos que esperasen varios años antes de poder vender sus stock options”-, según se deduce del propio artículo de Bebchuk. “Ambas empresas pagaban mayoritariamente en forma de acciones”.

Estas exigencias, en la práctica, no hicieron nada para prevenir la irresponsabilidad cortoplacista, básicamente porqué Bear Stearns y Lehman pagaban los incentivos a sus directivos en forma de acciones año sí y año también.

Los directivos de Bear y Lehman tenían que esperar cinco años antes de poder convertir en efectivo las acciones que recibían como incentivo en un año determinado. Pero tras sus primeros cinco años en el tajo, estaban en disposición de vender acciones cada año. Ello les daba multitud de incentivos para dedicarse a arriesgar tratando de hacer subir el precio a corto plazo de sus acciones.

Bebchuk, en este último trabajo, de hecho lo reconoce: Que los directivos tengan que esperar 5 años para vender sus acciones, señala, no va a evitar que aquellos que llevan tiempo en la empresa “dediquen una parte importante de sus esfuerzos a manejar los precios en el corto plazo.”

Una mejor aproximación, sugiere Bebchuk, podría ser la política de Goldman Sachs de exigir a sus directivos que mantengan el 75% de sus incentivos en forma de acciones hasta que se jubilen. Pero los directivos de Goldman Sachs reciben la mayor parte de sus bonificaciones mediante primas anuales en forma de efectivo, y no mediante acciones, de modo que esas primas en efectivo con carácter anual les dan los mismos incentivos a pensar en el corto plazo que si se tratase de acciones recibidas también anualmente.

Precisamente ese es el motivo por el cuál aquellos miembros más testarudos del establishment –como Bebchuk– también querrían que se pudiese “recuperar” aquellas primas otorgadas en base a beneficios a corto plazo que luego se evaporan. Pero ese tipo de recuperaciones tiene sus limitaciones; uno puede, por ejemplo, rescatar las primas de un único año en base a irregularidades en una cuenta en concreto. Pero es mucho más difícil restaurar el daño prolongado que una avalancha de avaricia en busca de beneficios rápidos –y grandes primas– puede hacer a la gente de a pie.

Y los altos directivos pueden causar este tipo de perjuicios mientras parece que están “aumentando a largo plazo del valor de los activos”. Eso es precisamente lo que hicieron los de Bear Stearns y Lehman. Año tras año, durante la mayor parte de la década, aumentaron el valor de las acciones de sus bancos. Entre el 2000 y el 2007 (antes de empezar a jugar al casino del corto plazo), cuadruplicaron el precio de venta de las acciones de sus empresas.

¿Cuál es pues la lección? Necesitamos más protección ante la avaricia de Wall Street que la simple apelación a “un aumento a largo plazo del valor de los activos” que nos proponen los reformistas. Los estadounidenses de a pie lo tienen muy claro. ¿Por qué entonces les cuesta tanto de entender a los reformadores de Wall Street?

Sam Pizzigatti edita Too Much, la revista electrónica semanal sobre los excesos y la desigualdad.

Traducción para www.sinpermiso.info: Xavier Fontcuberta i Estrada

martes, 8 de diciembre de 2009

¿Cuánto dinero es suficiente para una "vida buena"? Robert Skidelsdy


En 1930, Keynes predijo que para 2030, trabajaríamos quince horas a la semana. Pero subestimó nuestro apetito de opulencia.

La depresión de la economía ha causado una explosión de ira popular contra la "avaricia" de los banqueros y sus "obscenos" incentivos. Esto se ha visto acompañado de una crítica más amplia del "crecimientismo" ("growthmanship") – la búsqueda del crecimiento económico a toda costa, independientemente del daño que pueda causar al medio ambiente de la Tierra o a nuestros valores compartidos

John Maynard Keynes encaró esta cuestión en 1930, en un breve ensayo titulado "Las posibilidades económicas de nuestros nietos".[1] Keynes predijo que en cien años – es decir, hacia 2030 – el crecimiento del mundo desarrollado se habría detenido de hecho, debido a que la gente ya "tendría suficiente" para llevar "una buena vida". Las horas de trabajo remunerado se reducirían a tres diarias, una semana laboral de quince horas. Los seres humanos serían como "los lirios del campo, que no se afanan ni hilan".[2]

La predicción de Keynes descansaba en el supuesto de que, con un incremento anual del 2% en el capital, un incremento del 1% de la productividad y una población estable, el nivel medio de vida se multiplicaría por ocho como promedio. Esto nos permite averiguar cuánto pensaba Keynes que era "suficiente". El PIB per cápita en el Reino Unido a finales de la década de 1920 (antes del crac del 29) era aproximadamente de 5.200 libras (unos 8.700 dólares) valoradas hoy. De acuerdo con ello, estimaba que un PIB per cápita de aproximadamente 40.000 libras (66.000 dólares) sería "suficiente" para que los seres humanos dirigieran su atención a cosas más agradables.

No está claro por qué pensaba Keynes que la renta per cápita nacional británica multiplicada por ocho sería "suficiente". Lo más probable es que tomara como baremo de suficiencia los ingresos de un rentista burgués de su tiempo, que eran como diez veces los del trabajador medio.

Ochenta años más tarde, el mundo desarrollado se ha acercado a la meta de Keynes. En el año 2007 (es decir, antes del crac), el FMI informó de que el PIB medio per cápita en los Estados Unidos se mantenía en 47.000 dólares y en 46.000 en el Reino Unido. Dicho de otro modo, el Reino Unido ha experimentado un crecimiento multiplicado por cinco del nivel de vida desde 1930, pese a la falsificación de dos de los supuestos de Keynes: "nada de guerras de gran envergadura" y "sin crecimiento demográfico" (en el Reino Unido, la población es un 33% mayor que en 1930).

La razón de una ejecutoria tan brillante es que el crecimiento anual de la productividad ha sido más elevado de lo que Keynes proyectaba: cerca de un 1,6% para el Reino Unido y un poco más elevado en el caso de los EE.UU. Países como Alemania y Japón se han desempeñado aún mejor, pese a los efectos tremendamente negativos de la guerra. Es probable que el "objetivo" de Keynes de 66.000 dólares lo alcance la mayoría de los países occidentales para 2030.

Pero resulta igualmente improbable que este logro termine con la insaciable busca de más dinero. Asumamos, precavidamente, que hayamos cubierto dos tercios de la distancia que nos separa de la meta de Keynes. Podríamos haber esperado que se redujeran las horas de trabajo en dos tercios. De hecho, se han reducido sólo en un tercio, y la reducción se interrumpió en la década de 1980.

Esto vuelve enormemente improbable que alcancemos la jornada laboral de tres horas para 2030. También resulta improbable que vaya a detenerse el crecimiento, a menos que la naturaleza misma imponga un parón. La gente seguirá trocando ocio por mayores ingresos.

Keynes minimizó los obstáculos de esta meta. Reconocía que existen dos tipos de necesidades, absolutas y relativas, y que estas últimas pueden ser insaciables. Pero subestimó el peso de las necesidades relativas, especialmente a medida que las sociedades se enriquecían y, por supuesto, el poder de la publicidad para crear nuevas necesidades, e inducir así a la gente a trabajar con el fin de ganar dinero con el que satisfacerlas. Mientras el consumo sea conspicuo y competitivo, seguirá habiendo renovadas razones para trabajar.

Keynes no ignoraba del todo el carácter social del trabajo. "Seguirá siendo razonable", escribió, "buscar la finalidad económica de los demás después de que haya dejado de ser razonable para uno mismo". Los ricos tenían la obligación de ayudar a los pobres. Keynes no pensaba probablemente en el mundo en desarrollo (la mayor parte del cual apenas había comenzado a desarrollarse en la década de 1930). Pero la meta de la reducción de la pobreza global ha impuesto una carga de trabajo extra a la gente de los países ricos, a través tanto del compromiso de ayuda exterior y, lo que es más importante, de la globalización, que aumenta la inseguridad en el empleo y, sobre todo en el caso de los menos cualificados, contiene los salarios.

Además, Keynes no se enfrentó realmente al problema de lo que haría la mayoría de la gente cuando ya no precisara trabajar. "Es un problema temible para una persona corriente, sin talentos particulares, ocuparse de sí misma, sobre todo si no tiene raíces en el lugar, en las costumbres o en las queridas convenciones de una economía tradicional". Pero puesto que la mayoría de los ricos -"aquellos que disfrutan de una renta independiente, pero carecen de vínculos u obligaciones o lazos" han "fracasado de una forma desastrosa", ¿por qué iban a hacerlo mejor los que hoy son pobres?

Creo que en esto Keynes se acerca al máximo a la respuesta de la cuestión de por qué su "suficiente" no será, de hecho, bastante. La acumulación de riqueza, que debería ser un medio para alcanzar "la vida buena", se convierte en un fin en sí mismo, pues destruye muchas de las cosas que hacen que valga la pena vivir. Más allá de cierto punto -que la mayor parte del mundo dista de haber alcanzado- la acumulación de riqueza sólo ofrece placeres substitutivos para las pérdidas de verdad que exige en lo que toca a las relaciones humanas.

Encontrar los medios de nutrir los apagados "vínculos u obligaciones o lazos" que son tan esenciales para que florezcan los individuos constituye el problema por resolver en el mundo desarrollado, y empieza a perfilarse para los miles de millones que acaban de subirse a la escalera del crecimiento. Bien lo dijo George Orwelll: "Todo progreso se contempla como una lucha frenética dirigida a un objetivo que esperamos y rogamos para que no se alcance nunca".

Notas:

[1] En Papeles de Economía Española, nº 6, 1981, páginas 353-361. [2] La cita evangélica se encuentra tanto en Lucas, 12, 27 como en Mateo 6, 28.

Robert Skidelsky es profesor emérito de economía política de la Universidad de Warwick, es conocido sobre todo por su monumental biografía en tres volúmenes de Lord Keynes. Su último libro, publicado en septiembre de este año con el título Keynes: The Return of the Master, versa sobre la actual crisis económica.



sábado, 5 de diciembre de 2009

Una visión distinta de los piratas somalíes ¿qué hay detrás?




Mientras la Comunidad Internacional condena los ataques marítimos, versiones periodísticas muestran lo que sucede en este país africano y la verdadera identidad de “los saqueadores”.


La comunidad internacional condenó con fuerza y declaró la guerra a los piratas-pescadores somalíes, mientras protege discretamente las operaciones de sus flotas dedicadas a la Pesca Ilegal No Declarada y No Reglamentada (IUU, por su sigla en inglés) procedentes de todo el mundo, que pescan furtivamente y, además, descargan basura tóxica en aguas somalíes desde que cayó el gobierno de ese país hace 18 años.



Cuando colapsó el gobierno de Somalia, en 1991, los intereses extranjeros aprovecharon la oportunidad para comenzar a saquear las fuentes alimentarias del mar del país y a utilizar las aguas sin vigilancia como vertedero de basura nuclear y tóxica.

Según el Grupo de Trabajo de Alta Mar (HSTF, por sus siglas en inglés), en 2005 más de 800 barcos pesqueros IUU operaban al mismo tiempo en aguas de Somalia, aprovechándose de la incapacidad del país de vigilar y controlar sus propias aguas y zonas de pesca.

Los barcos IUUs arrasan anualmente con un estimado de 450 millones de dólares en mariscos y peces de las aguas somalíes. Así roban una fuente inestimable de proteína a una de las naciones más pobres del mundo y arruinan el sustento de vida legítimo de los pescadores.

Los reclamos contra la descarga de basura tóxica, así como la pesca ilegal, han existido desde principios de los años 90, pero las pruebas físicas emergieron cuando el tsunami de 2004 azotó el país.

El tsunami sacó a la luz un peligro oculto

El Programa del Ambiente de Naciones Unidas (UNEP, por sus siglas en inglés) reportó que el tsunami reventó la herrumbre de los contenedores de basura tóxica que se vararon a orillas de Puntland, en el norte de Somalia.

Nick Nuttall, portavoz del UNEP, dijo a la cadena árabe Al-Yazira que cuando los envases fueron rotos y abiertos por la fuerza de las olas, los contenedores expusieron a la luz una “actividad espantosa” que se había estado llevando a cabo por más de una década.

“Somalia está siendo utilizada como vertedero para desechos peligrosos desde comienzos de los años 90, y continuó siéndolo con la guerra civil desatada en ese país. La basura es de muy diversas clases. Hay desechos radioactivos de uranio, la basura principal, y metales pesados como cadmio y mercurio. También hay basura industrial, desechos de hospital, basuras de sustancias químicas y lo que se desee nombrar”, afirmó Nuttall.

El funcionario de Naciones Unidas reveló además que desde que los contenedores llegaron a las playas, centenares de residentes han caído enfermos, afectados por hemorragias abdominales y de boca, infecciones en la piel y otras dolencias.

“Lo más alarmante aquí es que se está descargando basura nuclear. La basura radiactiva de uranio está matando potencialmente a los somalíes y está destruyendo totalmente el océano”, dijo.

Intereses occidentales detrás de la guerra civil

Ahmedou Ould-Abdallah, enviado de la ONU para Somalia, dijo que en la práctica, el petróleo contribuyó a la guerra civil de 18 años en Somalia, pues las compañías pagan para descargar su basura a los ministros del gobierno y/o a los líderes de la milicia.

“No hay control gubernamental… y sí hay pocas personas con alta base moral…, están pagándole a gente encumbrada, pero a causa de la fragilidad del ‘gobierno federal transitorio’, algunas de estas corporaciones ahora ni siquiera consultan a las autoridades: simplemente descargan su basura y se van”.

En 1992 los países miembros de la Unión Europea y otras 168 naciones firmaron la Convención de Basilea, sobre el control de movimientos transfronterizos de desechos peligrosos y su almacenamiento.

El convenio prohíbe el comercio de basura entre los países signatarios, así como también a los países que no hayan firmado el acuerdo, a menos que haya sido negociado un acuerdo bilateral. También prohíbe el envío de desechos peligrosos a zonas de guerra.

Asombrosamente, la ONU ha desatendido sus propios principios y ha ignorado súplicas somalíes e internacionales para detener la devastación continua de los recursos marinos somalíes y la descarga de basura tóxica. Las violaciones también han sido largamente ignoradas por las autoridades marítimas de la región. Éste es el contexto en el que aparecieron los hombres que estamos llamando “piratas”.

Los piratas son otros

Hay acuerdo en que al principio los pescadores somalíes ordinarios fueron quienes usaron lanchas rápidas para intentar disuadir a los barcos descargadores y rastreadores, o por lo menos aplicarles un “impuesto”. Se llamaron a sí mismos “Guardacostas Voluntarios de Somalia”.

Uno de los líderes de los piratas, Sugule Ali, explicó que su motivo fue “poner alto a la pesca ilegal y a las descargas en nuestras aguas… No nos consideramos bandidos del mar. Consideramos que los bandidos del mar [son] quienes pescan ilegalmente y descargan basura, y portamos armas pero en nuestros mares”.

El periodista británico Johann Hari observó en el “Huffington Post” que, mientras nada de esto justifica la toma de rehenes, los “piratas” tienen, de manera aplastante, el apoyo de la población local que les da la razón.

El sitio web independiente WardherNews, de Somalia, condujo la mejor investigación que tenemos sobre qué está pensando el somalí ordinario. Encontró que el 70% “apoya fuertemente la piratería como una forma de defensa nacional de las aguas territoriales del país”.

En vez de tomar medidas para proteger a la población y las aguas de Somalia contra las transgresiones internacionales, la respuesta de la ONU a esta situación ha sido aprobar resoluciones agresivas que dan derecho y animan a los transgresores a emprender la guerra contra los piratas somalíes.

Tomar las aguas somalíes por la fuerza

Un coro de países que demanda endurecer la acción internacional condujo a una precipitación naval multinacional y unilateral por invadir y tomar el control de las aguas somalíes.

El Consejo de Seguridad de la ONU (algunos de cuyos miembros pueden tener muchos motivos ocultos para proteger indirectamente a sus flotas pesqueras ilegales en aguas somalíes) aprobó las resoluciones 1816, en junio de 2008, y 1838, en octubre de 2008, que “invitan a los estados interesados en la seguridad de las actividades marítimas a participar activamente en la lucha contra la piratería en alta mar fuera de las costas de Somalia, particularmente desplegando buques de guerra y aviones militares…”

La OTAN y la Unión Europea han publicado órdenes al mismo efecto. Rusia, Japón, India, Malasia, Egipto y Yemen se han unido a la batalla, junto con un número cada vez mayor de países.

Durante años, las tentativas realizadas para controlar la piratería en los mares del mundo a través de resoluciones de la ONU no pudieron aprobarse, en gran parte porque las naciones miembro sentían que tales acuerdos afectarían a su soberanía y seguridad.

Resolución de la ONU contra un país que no tiene silla en el organismo

Los países son poco proclives a ceder el control y patrullaje de sus propias aguas. Las resoluciones 1816 y 1838 de la ONU, a las que se opusieron algunas naciones de África Occidental, del Caribe y Sur América, por consiguiente fueron acordadas para aplicarse solamente a Somalia, un país que no tiene ninguna representación en las Naciones Unidas con fuerza como para exigir enmiendas destinadas a proteger su soberanía.

Igualmente, fueron ignoradas las objeciones de la sociedad civil somalí al proyecto de resolución, que no hizo ninguna mención a la pesca ilegal ni a los peligros de la descarga de basura.

El periodista Johann Hari preguntó: “¿Esperamos que los somalíes hambrientos permanezcan pasivamente en sus playas, remando entre nuestra basura nuclear, y nos observen cómo les arrebatamos sus peces para comérnoslos en restaurantes de Londres, París y Roma? No hemos actuado contra esos crímenes. Pero cuando algunos pescadores respondieron interrumpiendo el tránsito por el corredor marítimo del 20% del suministro de petróleo del mundo, comenzamos a chillar sobre esta “maldad”. Si realmente queremos ocuparnos de la piratería, necesitamos extirpar la raíz que la causa -nuestros crímenes-, antes de enviar a las cañoneras a despejar la ruta de criminales somalíes”.

Los "piratas" somalíes son pescadores en lucha contra saqueo occidental

Debe señalarse que la IUU (sigla en inglés de Pesca Ilegal, No Declarada y No Reglamentada) y la descarga de desechos están ocurriendo también en otros países africanos. Costa de Marfil es otra víctima importante de la descarga tóxica internacional.

Se dice que los actos de piratería realmente son actos de desesperación y, como en el caso de Somalia, un hombre transformado en pirata a la vez es guardacostas.


Con información de:
Najad Abdullahi (Al Jazeera English)
Johann Hari (Huffington Post)
Mohamed Abshir Waldo (WardheerNews)
*Traducción de Ernesto Carmona (ARGENPRESS.info)