lunes, 1 de marzo de 2010

Los políticos no velan por la mayoría

Eduard Punset 21 Febrero 2010

¿Qué es lo que le importa a la inmensa mayoría? Su bienestar depende –es lo que sugieren los mejores estudios académicos– de poder ejercer un mínimo control sobre su vida y su trabajo. No el Gobierno, sino ellos mismos. A la mayoría le gusta saber que no todo está en manos de la maquinaria administrativa o corporativa.

La última de las cajeras en un supermercado se siente mejor si los clientes le preguntan y ella puede ayudarlos a elegir el producto. Tiene entonces la sensación de que su trabajo sirve para algo y de que controla, por lo menos, una parte de todo el tinglado. Idéntica preocupación se extiende al mundo corporativo: los ejecutivos funcionan mejor como equipo si se sienten partícipes de un proyecto.

¿El estamento político y administrativo centra sus esfuerzos en alcanzar ese objetivo? ¿O más bien en todo lo contrario? Se diría que la única ocasión en que se ocupan de la mayoría es cuando pueden penalizarla controlando, cada vez más, los movimientos de una minoría hasta no dejarlos ni respirar. Limitar la circulación en determinados tramos a 80 kilómetros por hora, luego a 60 y después, justo cuando se inicia una bajada que obliga a frenar, antes de que el control de radar grabe la supuesta infracción, a 40; porque así se le ha ocurrido a un déspota disfrazado de especialista de la circulación. ¡Y después otra vez a 60!

Si se dieran las circunstancias adecuadas, la mitad de los profesionales con un puesto de trabajo serían mujeres, hoy que el número de diplomadas supera ya al número de diplomados. Pero se sigue muy lejos de que esto ocurra; las que han conseguido un puesto de trabajo siguen sumidas en el desamparo por culpa de un sector público que no se decide a invertir sumas ingentes en guarderías infantiles y centros pedagógicos.

¿El estamento político se centra en ser más compasivo con la infancia y la juventud? ¿O más bien al revés? El discurso político prefiere, al contrario, fomentar el odio de clase y alimentar mediante información manipulada el dogmatismo histórico.

Dentro de muy pocos años, las enfermedades mentales constituirán ya el primer factor de preocupación social, pero, en lugar de introducir de manera masiva puntos de apoyo psicológico abiertos al público, se prefiere ignorar la información disponible sobre las depresiones o el suicidio, que siguen siendo temas tabú para la mayoría de los afectados.

Para perseguir las prácticas corruptas, se prefiere teatralizar los casos aislados de corrupción identificados en los tribunales especiales creados al efecto, en lugar de aplicar medidas de prevención, saneamiento e informatización del sistema judicial en su conjunto. ¿Qué es más urgente? ¿Qué está pidiendo la inmensa mayoría? ¿El mantenimiento de tribunales especiales como en los tiempos de la dictadura o la creación de centros modestos, pero especializados, en los que neurólogos, maestros y terapeutas atienden al público?

A la mayoría de la gente le importa tener la sensación de que ellos mismos controlan algo de su vida; de que pueden dejar, confiados, a sus hijos mientras las madres se incorporan al trabajo; de que se vela por disminuir los índices de violencia generalizando el aprendizaje social y emocional. Mientras que al estamento político parece importarle controlar las infracciones de una minoría, aunque sea a costa de dificultar los movimientos de la mayoría.

¿No sería más conveniente pertrechar a las generaciones futuras con las competencias necesarias para focalizar su atención, solventar conflictos, gestionar la diversidad de un mundo globalizado, sugerirles cómo afinar sus mecanismos de decisión, educar el corazón de los ciudadanos y no sólo su mente?

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